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Relatos de Aster Navas

Tuesday, August 23, 2005

La princesa descalza


Jassim engendró a Besalú, el Prudente; Bessalú engendró a Touzer, el Magnánimo; Touzer engendró a Tepuí, El Iluminado; Tepuí fecundó entonces a Naroé y ésta dio a luz a Ifaín, El Ilustrado.
El reinado de Ifaín fue de lo más convencional hasta que su hija, Zulema, tuvo edad de merecer. El monarca decidió entonces convocar a justas literarias a sus súbditos: la blanca mano de la princesa sería de aquel que cautivara a la Corte con el mejor de los relatos.
A tan curioso certamen se presentaron ciudadanos de todas las medinas y uno a uno recitaron en el Salón del Trono sus narraciones. Sorprendieron a su majestad el del sapo astrónomo, el de la mujer de los pies menguantes, el del constructor de laberintos y el del jardinero perezoso.
Creía el sultán haberlos escuchado todos y a punto estaba de dar su fallo inapelable cuando apareció ante él el último candidato: era un tipo desvalido pero de mirada, paradójicamente, desafiante.
Sois, señor, un rey de cuento; un… personaje de papel –dijo y, sin mediar reverencia, dio al monarca la espalda y caminó hacia la puerta.
El rey, indignado, lanzó tras él al cuerpo de guardia. Los soldados tropezaron en el primer párrafo y fueron dando tumbos –“y comieron perdices”- hasta la última línea. A pie de página, junto al número 137, encontraron el zapato izquierdo de la princesa.

Del Libro de las Mil y una noches; noche 199.

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