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Relatos de Aster Navas

Thursday, June 16, 2005

Ponte a la cola

Desde niño me fascinaron las colas. Recuerdo que en la escuela, Don Evaristo nos hacía formar antes de subir a las aulas. De cuando en cuando me asalta la nitidez de aquel recuerdo: el desangelado patio, el tono casi marcial del maestro, las filas cerradas y perfectas, mi primer pantalón largo, los zapatos charoleados.
He hecho auténticos amigos en las colas: avanzan con una lentitud exasperante e invitan a la conversación y a la confidencia. Haciendo, en fin, cola en el cine conocí a mi esposa; una pelirroja de pies zambos y ojos almendrados que suspiraba por Errol Flynn. Años después me abandonó por un tipo que encontró en la cola de un autoservicio. Antes -contémoslo todo- yo le había sido infiel con una viuda que me tropecé en la cola del registro Civil.
El fin de semana que me corresponde llevo a mi hijo al Parque de Atracciones; hacemos cola disciplinadamente hasta alcanzar -nos da tiempo a hablar de tantas cosas...- la noria o la montaña rusa.
Me fascinan -ya ven- las colas: es tan intrigante saber quién es la morena que tienes por delante; quién, en cuestión de segundos se te pondrá detrás; indagar para qué puñetas vamos a esperar así, pacientemente, en fila de a uno, civilizada y ordenadamente; cómo reaccionará la gente si intentas colarte... Al llegar mi turno y para no levantar sospecha me matriculo sin mucho convencimiento en italiano, me subo a un escandaloso tren turístico, compro una entrada para un concierto de Azúcar Moreno o doy la señal para un apartamento en Torrevieja.
Hoy, por cambiar, he intentado colarme en esta fila interminable. Nadie, curiosamente, se ha indignado; han tolerado mi escaramuza con una sonrisa condescendiente, casi agradecida.
Sólo -hay tan buena gente- podía ser la cola del Infierno.

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