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Relatos de Aster Navas

Thursday, June 16, 2005

Cojos

El primero en empezar a cojear fue Mariano, el boticario. Era la suya una cojera elegante, aristocrática; la sorteaba con un bastón de cerezo que le daba un aire venerable.
Don Bruno, el párroco, tampoco tardó en renquear. Arrastraba la pierna derecha. Al principio discretamente, luego con una aparatosidad que inspiraba lástima.
Macario, el alcalde, comenzó poco después a caminar como si reclamara un taxi: una suerte de salto estentóreo que nos arrancaba una sonrisa.
De todas las cojeras era, sin embargo, la de Don Melchor, el maestro, la más vistosa pues apoyaba el pie izquierdo como si temiera quebrar un delicado cristal de Murano. Sus alumnos no tardaron en emularle. Al principio, en broma; luego con una aplicación encomiable.
A Farrucho, el barbero, se le acabó desmandando el pie derecho; a Claudio lo traía a mal traer el menisco.

Hoy, por fin, yo también he empezado a cojear. Es una cojera tímida pero evidente. Menos mal; a punto estaba ya de marcharme del pueblo.

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